El Cerebro del Niño y el Daño Cerebral.

05.11.2017

El desarrollo y la maduración de nuestro Cerebro, al igual que el de todo nuestro Sistema Nervioso son secuenciales, es decir, siguen un proceso. Este proceso se origina de dos formas, de dentro hacia a afuera (eje vertical) y desde atrás hacia adelante (eje horizontal).

A partir de la semana 20 de vida intrauterina, se lleva a cabo el crecimiento neuronal y la maduración, la cual culmina en los inicios de la adultez.

Nuestro cerebro comienza a desarrollarse, como hemos adelantado anteriormente, tanto en vertical, es decir, desde áreas subcorticales hasta nuestra corteza cerebral (áreas corticales), como horizontalmente, es decir, desde regiones corticales posteriores (áreas occipitales) hacia las más anteriores, conocidas bajo el nombre de áreas prefrontales. Dicho de otra forma, desde regiones corticales primarias hacia las áreas de asociación. Este desarrollo dentro de la corteza (eje horizontal) implica también cambios tanto dentro de cada hemisferio (el hemisferio derecho y el izquierdo, cuentan con una maduración intrahemisferica) como entre los hemisferios cerebrales, estableciéndose diferencias estructurales y funcionales (lateralidad de las funciones atencionales, mnésicas, del lenguaje, motrices, etc.). A medida que el cerebro madura, cada hemisferio va asociándose con funciones más específicas, sin embargo, no podemos olvidar que nuestro cerebro trabaja como un todo.

Es muy importante conocer cómo crece nuestro cerebro y cómo madura, ya que nos permite observar si existe algún problema a lo largo de todo este desarrollo y cómo podemos intervenir desde diferentes áreas profesionales.

A grandes rasgos, existen dos aspectos que pueden generar problemas o alteraciones a lo largo de nuestro crecimiento, en la infancia. Esto es, bien que nos encontremos con una alteración en este proceso de desarrollo (trastornos del desarrollo) o bien, que exista algún aspecto que interrumpa el correcto crecimiento y maduración cerebral, como es el daño cerebral adquirido.

Es en este último, el daño cerebral adquirido en lo que nos centramos en este blog, dado que siempre solemos atribuir estas lesiones a personas adultas y no siempre es así. Durante la infancia también podemos toparnos con un daño cerebral adquirido, debido a traumatismos craneoencefálicos, malformaciones arteriovenosas, alteraciones y secuelas postneurocirugía o tumores, entre otros.

Todas estas condiciones médicas pueden generar diversas secuelas y alteraciones cognitivas, conductuales y emocionales en el cerebro infante. Atajarlas lo antes posible, es crucial para el desarrollo.

A diferencia del adulto y el anciano que cuenta con un cerebro maduro y cuyos procesos cognitivos y comportamentales son "estáticos", en el/la niño/a nos encontramos con un cerebro en desarrollo, "dinámico". Por ello, existen ciertas características que hacen que la repercusión de las lesiones en la infancia sea diferente a las de la adultez.

Entre estas características podemos destacar:

  • El cerebro del niño/a está aún en desarrollo, es un cerebro dinámico. El cerebro del niño está creciendo y la distribución de las funciones cognitivas en las diversas regiones cerebrales está aún por consolidarse. Este cerebro está en proceso de adquisición de conocimientos y habilidades.
  • Una lesión en el cerebro que se está desarrollando y madurando, puede generar alteraciones y secuelas, que no pueden no ser observables hasta que esa función (atención, memoria, percepción, motricidad, lenguaje, funcionamiento ejecutivo...) sea adquirida. La adquisición de estas funciones sigue un desarrollo secuencial, al igual que el propio cerebro. En el niño, las secuelas de una lesión cerebral varían de acuerdo con la edad y además, no siempre se observarán inmediatamente después de haberla sufrido.
  • El cerebro del niño/a cuenta con una mayor plasticidad. Es decir, tiene mayor capacidad para modelarse, y esto va a influir en la posterior intervención y estimulación de los déficits. En lesiones adquiridas, el cerebro infantil es más plástico, más moldeable y, por tanto, la recuperación funcional observada es significativamente mayor que en adultos.
  • El valor predictivo de la evaluación neuropsicológica va a ser diferente en el niño que en el adulto. Mientras que en el adulto, el pronóstico se puede realizar en un tiempo relativamente breve después de ocurrida la lesión cerebral, siempre que estemos ante una condición no progresiva, en el niño, en cambio, hay una disociación entre la edad de la lesión y la edad del síntoma: el síntoma puede aparecer mucho tiempo después de ocurrida la lesión.

Es muy importante que ante una lesión cerebral en la infancia, se comience cuanto antes el proceso de evaluación e intervención neuropsicológica, logopédica y/o fisioterapéutica, ya que nos va a permitir estimular y atajar los posibles déficits en ese momento clave para el correcto desarrollo posterior del niño/a. Cuánto antes conozcamos las posibles alteraciones, secuelas o déficits que deja la lesión cerebral en un cerebro en desarrollo y cuánto antes comencemos el proceso de recuperación y estimulación, mejor va a ser para el/la niño/a.

C.D.L.F.R.